Los cristianos creen un montón de cosas raras. Creemos que Jesús es totalmente hombre y totalmente Dios. Creemos que Jesús nació después de que Dios cubrió con su sombra a María. Creemos que Jesús murió, realmente murió. Creemos que Jesús resucitó, de verdad.
“Lo opuesto a la fe no es la duda, sino la certeza”.
― Anne Lamott, Plan B: Further Thoughts on Faith
Pero cuando empezamos a hacer preguntas sobre lo que creemos, el fundamento de la certeza de desmorona rápidamente. Estas cosas son misterios, cada una de ellas.
Hace poco un gran amigo me envió un mensaje de texto en el que confesaba: “Me siento como en un hoyo. Estoy desilusionada de Dios y la iglesia”.
Esto me preocupó por varias razones, pero ninguna tenía que ver con que mi amiga estuviese desilusionada de Dios.
Me preocupa porque la iglesia no ha sido efectiva en colocar el misterio y lo desconocido dentro de lo que significa ser gente de fe.
Después de todo, nuestro Dios está más allá de todo conocimiento, así que ¿por qué insistimos en definir lo que no se puede definir?
He estado pensando bastante en cuanto a la naturaleza de la fe y de lo que creemos. Como cristianos, tenemos en la Escritura una definición de fe muy útil, que dice: “Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve (Hebreos 11:1, NVI). Me encanta esta definición porque es a la vez clara y abierta al misterio.
Anne Lamott, escritora que habla con tremenda honestidad en cuanto a la fe, nos cuenta de la vez que habló con un sacerdote episcopal para confesar sus dudas en cuanto a Dios. La respuesta del sacerdote fue: “Anne, lo opuesto a la fe no es la duda sino la certeza”.
Añadió: “La certeza no entiende nada. La fe incluye estar consciente de la confusión, el vacío y la incomodidad, y dejar que sigan allí hasta que vuelva la luz”.
Cada tradición religiosa construye un marco de cómo entendemos a Dios y su relación con nosotros. Esto es lo que define nuestra doctrina, lo cual se transmite en nuestra enseñanza y predicación.
Pero el problema con la doctrina es que deja muy poco espacio para que nos asombremos y para el misterio de Dios.
Las doctrinas religiosas que tratan de responder a preguntas que no se pueden responder humanamente, trabajan duro para presentarnos una imagen coherente de cómo podemos creer en una fuerza espiritual que a menudo no se puede ver. Quizá el instinto sea dilucidar el misterio a fin de crear un argumento invencible acerca de Dios.
El problema es que esta forma de abordar el problema elimina la posibilidad de la duda como forma razonable de buscar conocer mejor a Dios. Se ve la duda como falta de fe, como una expresión de nuestro escepticismo en cuanto a la existencia misma de Dios. Parece que pensamos que si no podemos entender o concordar por completo con todo lo que la iglesia enseña es porque realmente no creemos ninguna cosa.
De modo que, la pregunta es: ¿Cómo invitamos a la duda para que nos ayude a formar nuestro entendimiento de Dios? ¿Cómo podemos repensar la duda como una herramienta para la fe, en lugar que un obstáculo para la fe?
Cada año, después de la Pascua de Resurrección, nos dedicamos a contar la historia de cómo Jesús se apareció a sus discípulos cuando Tomás no estaba presente. Cuando los discípulos le contaron a Tomás lo ocurrido, él hizo su famosa declaración:
“Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré” (Juan 20:25, NVI).
Debido a esto, Tomás introdujo un nuevo término en nuestra enseñanza: el dudoso. Lo acusamos y nos burlamos de él.
Pero una semana más tarde, Jesús se apareció otra vez a los discípulos, y Tomás estaba presente. Jesús le dijo a Tomás: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe” (v. 27). Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” (v. 28). Jesús le dijo: “Porque me has visto, has creído… dichosos los que no han visto y sin embargo creen” (v.29).
Lo hermoso de este intercambio es que Jesús respondió la oración de Tomás. Jesús se aparece y está presente. Creo que el ruego de Tomás de que Jesús sea tan real para él como lo fue para otros es algo que está al centro de nuestras oraciones. Pero la mayoría de nosotros no hemos tenido una experiencia tan visceral como la de Tomás. No hemos puesto nuestras manos en las heridas de alguien que murió y resucitó. De modo que, la palabras de Jesús se aplican más a nosotros que a Tomás. Jesús nos entrega una bienaventuranza: Benditos los que sin haber visto han creído.
Jesús afirma nuestro asombro, nuestra duda, nuestra hambre de certeza. Al aparecerse a Tomás, Jesús también se apareció a nosotros. Creemos, no porque sepamos. La fe se basa en lo desconocido. Creemos porque buscamos entender a un Dios misterioso y amoroso que nos da la promesa de su presencia.
La Rev. Mandy Sloan McDow en oriunda de Knoxville, TN. Sufre para el Señor en un santuario con vista al mar y una congregación maravillosa e inclusiva, en Laguna Beach, CA. Mandy es cinturón negro en Taekwondo, toca música cada vez que puede y ve mucho béisbol con sus tres hijos.