Por el Rdo. Edgardo Rivera
Si tu don consiste en animar a otros, anímalos. Si tu don es dar, hazlo con generosidad. Si Dios te ha dado la capacidad de liderar, toma la responsabilidad en serio. Y si tienes el don de mostrar bondad a otros, hazlo con gusto (Romanos 12: 8, Nueva Traducción Viviente).
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En su gracia, Dios ha provisto una diversidad de dones para la edificación del cuerpo de Cristo. Aquí deseo detenerme en el don de animar a otros.
Aquellos que participan en maratones, corriendo distancias considerables, saben lo alentador que resulta escuchar a las personas en la calle animando a los corredores a que continúen hasta la meta. Esta ha sido mi experiencia en los pasados dos años, participando en varias carreras para mantenerme saludable. Hubo momentos en que experimenté cansancio y la mente comenzó a cuestionar mi capacidad para continuar. Es ahí que las palabras de aliento me sirvieron para fortalecerme, para no olvidar el objetivo y poner la mirada nuevamente en la meta.
¿Qué necesitan las personas que están luchando para salir adelante? ¿Qué precisan aquellos que se sienten retados a realizar algo que parece imposible? ¿Qué necesitan los que, diariamente, luchan por mantenerse firmes en su fe? No hay duda que una expresión genuina de solidaridad puede ser una fuente de fortaleza para el camino.
La presente situación económica del país, la falta de empleo y las noticias que diariamente escuchamos sobre violencia, crimen e inestabilidad hace que sea de suma importancia ejercer el don de animar. En esta situación, no es difícil entender por qué muchos se cansan y desaniman.
Todos en algún momento necesitamos una palabra de aliento. A medida que transcurre el tiempo y enfrentamos los retos de la vida, ayuda tanto cuando alguien se nos acerca y nos dice con sinceridad: "sigue adelante". Esta ha sido y sigue siendo mi experiencia. Al reflexionar en esto, reconozco que en momentos cruciales de mi vida, Dios proveyó de personas que tomaron tiempo para animarme. Doy gracias a Dios por estos siervos y siervas de Dios que tomaron en serio el don de animar.
Ante los desafíos que la vida nos presenta, es importante tener compañeros de jornada que, inspirados por Dios, nos digan "no desmayes, tú puedes". Lamentablemente, mucha gente, dentro y fuera de las iglesias, carece de la bendición que este don ofrece. Algo tan esencial como esto a veces se pasa por alto. Recordemos que mientras animamos a otros, estamos desarrollando el reino de Dios.
¿A qué nos referimos cuando este don se pone en práctica? ¿En qué consiste el animar a otros? Animar implica acompañamiento solidario, darnos tiempo para reconocer los temores y dificultades por las que las personas atraviesan y, después, intencionalmente apoyarlas para que puedan seguir adelante. En I Tesalonicenses 5:11, se nos dice: "Por eso, anímense y edifíquense unos a otros". El ánimo que uno entrega da fuerza moral a la persona, en momentos de vulnerabilidad.
A la gente le anima cuando les hacemos notar lo que Dios ha hecho en sus vidas y a través de su ministerio. Animamos a la gente cuando les agradecemos por la bendición que han sido para nosotros. Es importante comunicar a nuestros hermanos y hermanas cuando observamos la transformación que Dios ha hecho en sus vidas y los resultados de esa transformación para los que le rodean.
Motivamos a los demás cuando evitamos decir palabras de desánimo. La critica mal intencionada no estimula sino que destruye. Efesios 4:29 nos exhorta de esta manera: "que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para los que escuchan".
El animar a otros debería ser una práctica diaria en nuestro hogar, iglesia y lugar de trabajo. En estos contextos, animamos a los demás cuando tomamos sus preocupaciones con seriedad, cuando tomamos tiempo para escucharlos y orar con ellos. Es tan simple como tomar tiempo para escuchar con atención, celebrando sus alegrías y acompañándolos en sus momentos difíciles.
Es mi oración que este don de Dios sea parte integral de nuestra vida cotidiana, donde traemos una palabra de esperanza e inspiramos a otros a no desmayar, sino a adentrarse a la plenitud del propósito de Dios para sus vidas.
--Rdo. Edgardo Rivera, director del ministerio hispano-latino, Conferencia Baltimore-Washington. [email protected]
el Intérprete, noviembre-diciembre, 2011