No me gusta mucho la expresión “iglesia misional”. Me parece un caso de redundancia, como esa que diría: escuela de redundancia redundante.
En algún momento de nuestra historia colectiva, no teníamos que clarificar que una iglesia es “misional” porque simplemente eso era lo que éramos. Ser iglesia implicaba ser misional.
Para las personas nuevas en la iglesia, la palabra “misión” viene del latín “missio”, que significa “enviar”. Si tengo una misión, significa que debo ir de un lugar a otro con un propósito y a nombre de alguien, incluso si la misión es “impossibilis” (latín para “imposible”).
Para mucha gente de la iglesia americana moderna, el llamado a ser misional se convirtió en algo estacional. No teníamos que realmente ir a la gente porque la gente venía a nosotros. En la década de 1970, si la gente se movía a un vecindario, pronto buscaban una iglesia metodista cerca de su hogar.
¿Por qué ir a la gente cuando todos vienen a nosotros?
Así que, nos concentramos en asegurarnos de que todo estuviese en orden, a fin de recibir a la gente que llegaba.
Esto nos convirtió en menos misionales y más mantenedores, manteniendo un supuesto status quo cristiano. Hoy demasiada gente sigue haciendo lo mismo, creyendo que mantenimiento es nuestro llamado.
Esto se hace evidente cuando tenemos que decir que somos una “iglesia misional” puesto que la sola palabra “iglesia” ya no lo implica.
Debemos ir a la gente sin esperar que ellos vengan a nosotros
Una vez serví en una iglesia en la que el pastor insistía en que la oportunidad más grande de misión ocurría los domingos por la mañana. La adoración el domingo por la mañana era nuestra gran oportunidad para mostrarle a la gente de qué se trata la iglesia. Esto no estaba mal en sí mismo, pero implicaba que esperábamos que la gente venga al lugar donde nos reuníamos los domingos por la mañana. Esto no es ser enviados, sino muestra la actitud de esperar que vengan. Esperar que la gente venga no es ser misional, solo estamos manteniendo un status quo obsoleto.
Esta mentalidad nos hace esperar que la gente se nos una para hacer lo que ya estamos haciendo. “Únanse a nosotros en el lugar donde ya nos reunimos. Únanse a nosotros a la conversación que ya estamos teniendo”.
Terminamos como aquel amigo que nunca nos encuentra a medio camino. Todo tiene que ser como él quiere que sea y a la hora que quiera. Todos conocemos a una persona así. Si usted no conoce alguien así… usted es un suertudo o bien es esa persona.
Es fácil que la gente venga a vernos “de acuerdo a nuestros términos” porque estamos en control, lo admitamos o no. Sabemos bien que es más fácil controlar que amar a la gente, sea que lo reconozcamos o no.
Si somos verdaderamente misionales, nos juntaremos con la gente donde ellos ya están. Nos juntaremos con ellos en las cosas que ya están haciendo. Nos uniremos a la conversación que ya están teniendo. Vamos todo el tiempo llevando la luz de Cristo, no con doctrinas y dogmas, sino con nuestras palabras y acciones llenas del amor y la gracia de Dios.
En esta temporada de mi vida, he reemplazado un término redundante por otro: en lugar de decir que somos misionales, prefiero decir que nos centramos en encarnarnos. Cierto, a fin de cuentas se trata de semántica. El ser iglesia debería implicar que somos misionales y que nos encarnamos. Con todo, si solo decimos que somos misionales, todavía podríamos darnos el falso lujo de quedarnos donde estamos: decirle a la gente que el domingo por la mañana es nuestra gran oportunidad misionera, esperando que la gente venga donde estamos para involucrarnos con ellos.
La encarnación implica que estamos cruzando fronteras. Dios no esperó que nosotros vayamos a él. Más bien, Dios se encarnó y, por tanto, Jesús nos encontró en nuestro propio contexto. Jesús nos encontró allí donde ya existía la humanidad. Jesús caminó entre nosotros.
Jesús cruzó las barreras sociales, y fraternizó con la gente más baja, al punto que se le acusó de glotón y borracho.
Jesús cruzó fronteras religiosas cuando estuvo con los “impuros” y los tocó. Jesús constantemente fue hacia la gente, en lugar de esperar que vayan a él.
Jesús reprendió a quienes se mantenían interpretando mal las cosas. Reprendió a los líderes religiosos. Pero estuvo lleno de gracia para quienes sentían que sus vidas estaban equivocadas.
Cuando Jesús estaba a punto de irse, nos mandó a encarnar su misión diciéndonos: “¡Vayan!”
Cuando alguien pregunta acerca de un libro que les recomiende para cómo empezar un nuevo ministerio, siempre recomiendo el libro de Gregory Boyle, Tattoos on the Heart. No es un libro acerca de la plantación de iglesias. No entrega instrucciones o pautas en cuanto a normas. No enseña cómo confeccionar una declaración de visión o misión. Más bien el libro está lleno de historias de cómo el padre Greg se encarnaba en la vida de la gente, cómo encontraba a la gente allí donde estaban, se unía a las conversaciones, se sumergía en el contexto de la gente. Es un libro lleno de historias acerca de Dios cambiando las vidas de las personas a través del trabajo del padre Greg.
¿Quieres ser realmente misional?
Si quieres una misión, debes estar dispuesto a arriesgarte saliendo a encontrar a la gente en su propio contexto. No sientas la necesidad de explicar o probar la existencia de Dios o defender tus doctrinas. Más bien, debes estar dispuesto a escuchar sus historias y experiencias. Tomará tiempo, pero pronto verás cómo sus historias se enlazan con las tuyas, y cómo todas las historias se enlazan con la narración de Dios.
¿Quieres ser realmente misional?
Pon atención a la actividad del Espíritu Santo, porque siempre nos guía a cierto lugar. Siempre nos guía a la vida de otras personas.
Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.